domingo, 22 de octubre de 2017

SEMBRANDO ESPERANZA EN LA REALIDAD

En ocasiones te encuentras, dentro de este mundo donde impera el egoísmo, la hipocresía, las palabras vanas…, personas que son ejemplo de vida. En algunos casos, como es el del padre Pedro Opeka, su ejemplo se desenvuelve dentro de unas creencias religiosas, en concreto como católico, lo que debería hacer reflexionar a todos esos “predicadores”, de cualquier religión, que desde sus “púlpitos” pretenden ganar adeptos a sus creencias pero sólo con palabras, en la mayoría de las ocasiones sus obras no están en consonancia con ellas, pues es más “fácil predicar que dar trigo”. Pero ese “dar” también hay que puntualizar la manera en que se ha de hacer. Como dice el padre Pedro Opeka: "El trabajo dignifica. El asistencialismo vacío termina hundiendo más a la gente... Tenemos que trabajar. Hay que combatir el asistencialismo hasta en la propia familia. Porque si no, no dejamos crecer a los hijos y los acostumbramos a recibir todo de los padres. Asistir a alguien sin ninguna exigencia es matarle su espíritu de iniciativa".
Padres de Pedro Opeka 
Nacido en la ciudad de San Martín, al norte de Buenos Aires, el día 29 de junio de 1948, sus padres, Luis Opeka y María Marolt, eran inmigrantes eslovenos. Su padre era albañil, oficio que Pedro aprendió en su niñez y que, años más tarde, esos conocimientos le serían tan útiles en su trabajo de misión.
Tras sus estudios de bachillerato, a los 18 años, ingresó en en el seminario de la Congregación de la Misión de San Vicente de Paul. En 1968 estudió filosofía en Eslovenia y teología en Francia, permaneciendo dos años como misionero de los padres paulista en Madagascar. En septiembre de 1975 fue ordenado sacerdote y en 1976 volvió a Madagascar donde reside desde entonces.
 
 Vista parcial de la ciudad de Antananarivo
A partir de 1989 se hizo cargo del seminario de la congregación en Antannarivo, capital de Madagascar. Y es a partir de ese momento cuando comienza su verdadera “aventura”.
Quedó tan impresionado por la situación de pobreza e indigencia en la que vivían los residentes en los suburbios, sobre todo en los basureros donde las personas vivían en casas construidas con cartones y los niños se disputaban la comida con los animales que allí acudían. Su salud quebrantada por el paludismo no fue ninguna traba para que él quisiera conocer directamente la situación de aquellas personas de los basureros.
De esa forma, un día se trasladó a las colinas de Ambohimahitsy, donde estaban ubicados los basureros de la ciudad, y sus ojos pudieron contemplar la realidad en la que se desenvolvía la vida de aquellas personas, entre violencia, el consumo de drogas, el alcoholismo y la prostitución.
“Si están dispuestos a trabajar, yo los voy a ayudar”
Uno de aquellos hombres le hizo pasar a una casucha de cartón de apenas un metro veinte de altura. Fue allí donde, por primera vez, les habló a un grupo de ellos y les dijo: “Si están dispuestos a trabajar, yo los voy a ayudar”. Comenzaba, así, a poner en práctica la filosofía que desde entonces marca su misión basada en el trabajo y la educación. Aunque fue recibido con cierto recelo, sobre todo por parte de los niños por el hecho de ser blanco, pronto supo ganarse su confianza jugando al fútbol con ellos, era la gran pasión de aquellos niños.
Pronto puso en marcha algunas ideas que tenía para que aquellos seres fueran capaces de ganarse el sustento con su propio esfuerzo. De esa manera puso en marcha una cantera en una montaña de granito de donde extraían piedras, adoquines y grava que luego vendían para la construcción. Al mismo tiempo aprovechó el vertedero para crear una empresa de venta de abono natural.
Con la colaboración de un grupo de jóvenes que él conocía de su época de destino en la parroquia al sur de la isla, puso en marcha la asociación Humanitaria Akamasoa (que en lengua malgache significa “Los buenos amigos”). Tras conseguir la cesión de unas tierras a sesenta kilómetros de la capital, y contando con la ayuda de la Fondation France-Libertes para la adquisición de herramientas, materiales, alimentos y semillas un grupo de aquellos seres que vivían en las colinas fueron trasladados a aquellas tierras, donde iniciarían una nueva vida basada en su trabajo y su esfuerzo, y construyeron el primer pueblo al que llamaron “Don del Creador”. Los demás iniciaron la construcción de un segundo pueblo levantando casas dignas con los materiales que extraían de la cantera. A ese pueblo llamaron Manantenasoa (Lugar de esperanza).

Ciudad de Akamasoa
Comenzaba así una obra que dio origen a la ciudad de Akamasoa que en 2015 contaba con 17 barrios que acogían a unas 25 000 personas, el 60% menores de 15 años. Cuenta con los servicios necesarios para atender a la formación y educación de los niños, con cinco guarderías, cuatro escuelas, un liceo para mayores y cuatro bibliotecas.
Las ayudas facilitadas son siempre con la contraprestación de trabajos que los lugareños realizan en la explotación de la cantera, actividades artesanales y de bordado, al centro de abono orgánico creado junto al vertedero, donde además separan y clasifican la basura, tareas agrícolas y tareas de construcción.
Pero si todo eso es importante lo que quiero destacar es la filosofía de vida del padre Pedro Opeka que queda reflejada en algunas de sus frases:
“Nos faltan lideres verdaderos y carismáticos, que digan la verdad y que ellos la apliquen a sí mismos y luego a los demás. Muchos han llegado al poder con alianzas increíbles y sin tener carisma para dirigir al pueblo. Otros tenían carisma para entusiasmar al pueblo pero no eran honestos ni visionarios. Otros eran patriotas pero con palabras y no con hechos.”

“El dinero sobra en el mundo, el asunto es que no se utiliza bien. Por esa razón cada vez hay más pobres los que habitan el planeta. Pese al desarrollo económico, la pobreza no disminuye y es el gran fracaso de la humanidad. Cuando los recursos sociales los maneja el estado, no llegan a donde deben llegar, van a parar a otro lado, generalmente a los bolsillos de los políticos. Sobre todo en los países subdesarrollados”.

“La caridad es una palabra que ha ido perdiendo su significado en el curso de los últimos 50 años. Es que la pusieron en boca de todos y la gastaron. La usaron para decir muchas cosas, pero no para actuar. La fueron vaciando de contenido, convirtiéndola en una palabra que representa promesas un trasladarlas a la acción cotidiana. Se convirtió en excusa, más que en un compromiso con los hermanos más necesitados, Te vamos a dar algo para que no te mueras, para que puedas sobrevivir”.

“Los gobiernos que fomentan el asistencialismo están fomentando la delincuencia y la exclusión y están profundizando el problema. Y si no se atacan en serio las causas de la pobreza es para seguir aprovechándose de ellos, utilizándolos...Junto con la pobreza económica se viene abajo la autoestima y la moral. La familia explota y ya no hay un núcleo donde formar a la persona. Cada uno tiene que rebuscársela, salir a robar porque cada noche tienen que traer algo como sea, o no volver.”

“La concepción de ayuda que tiene mucha gente es errónea, porque muchos quieren ayudar para sentirse feliz. Quieren sentir la alegría de dar, quieren sentir la alegría de que alguien le está agradeciendo. Quieren sentir la satisfacción de sentirse alguien. Que dando soy alguien. Entonces el otro depende de mí. Hay mucha gente que está contenta de que los otros dependan de ellos y quieren mantener esa gente dependiendo de ellos. Esa no es la verdadera ayuda.”
Si a esas reflexiones unimos la que abre esta entrada, queda muy claro la filosofía que él ha introducido entre aquellos nativos que estaban abocados a la miseria y desamparo de la sociedad. Muchos de esos que predican desde sus púlpitos, muchos de los políticos que gobiernan las naciones deberían aprender de su ejemplo. 
Y a ti que puedes estar interesado en conocer más en profundidad la vida de Pedro Opeka, recomiendo la lectura de este libro: “Un viaje a la esperanza” de Jesús María Silveyra.

Sembrando esperanza en la realidad
María Velasco